-El gobierno de nuestro país contaba con hombres y mujeres inteligentes... Los políticos de las demás naciones se lanzaron a una confrontación suicida, a una guerra germinada en las cancillerías de los países considerados grandes, en la forma de firmas estampadas en complicados documentos que les abocaron a un enfrentamiento de todos contra todos, en nombre de la mutua cooperación y alianzas bilaterales. Pero los gobernantes de nuestro viejo y pequeño país fueron más sabios, más arriesgados también al desafiar el pensamiento común de una guerra inevitable. Para ellos no era ineludible, supieron mirar con valentía al futuro y vieron que no era la desolación lo que querían, la devastación del campo de batalla, lar ruinas por las que vagarían los supervivientes, el hambre, las enfermedades, el llanto, el dolor como única emoción... Nuestros hombres y mujeres rechazaron la fácil servidumbre de aceptar lo irremediable y acometieron la Gran Obra, los Refugios para su gente, para todos aquellos que no desearan participar en la masacre, en la hecatombe final... y gracias a ellos estamos nosotros aquí, hemos sobrevivido mientras el mundo exterior se derrumbaba. Somos los depositarios de la semilla que hará florecer un nuevo mundo.
Cuando Dima Karell llegó a este punto de su discurso ya estaban todos inflamados por la emoción que inspiraban sus palabras, él podía verla desde el estrado, reflejada en sus rostros. Los había ganado, con su apoyo llegaría al más alto cargo del Refugio y podía comenzar la tarea que se había propuesto. La época subterránea debía concluir. Guardó unos instantes de silencio, los suficientes para que todos esperaran sus palabras con expectación y entonces continuó, en un tono más tranquilo, sereno, con la firmeza de quien tiene las ideas muy claras y la meta que se ha fijado al alcance de la mano.
-Mi partido tiene la capacidad suficiente para hacer renacer de las cenizas una nueva sociedad, ya es tiempo de volver a la superficie, de respirar auténtico aire, de vivir en un paisaje sin límites...
Fue interrumpido por una explosión de aplausos, sus palabras tenían la firmeza de un compromiso, de un juramento, y los que escuchaban estaban ansiosos de la esperanza de renovación que llevaban implícitas.
Boria sin embargo estaba arrepentido de haber ido a la reunión, una suspicacia inconsciente le turbaba y le hacía sentirse incomodo, fuera de lugar, miraba a las personas que estaban a su lado, veía el interés que despertaban las palabras del aspirante a Presidente y hubiera querido compartir sus sentimientos. Ellos tenían fe y participaban de idénticas ilusiones. Él no tenía nada.
Lentamente se encaminó hacia una de las salidas de la sala, el vestíbulo estaba casi vacío, sólo los responsables de la seguridad conversaban con aire distendido, le lanzaron una ojeada al verle salir y continuaron hablando sin prestarle más atención.
Caminó por los grandes corredores hacia su Sector, sin fijarse mucho a su alrededor. Estaba confuso, las palabras de Karell rondaban en su cabeza. “Ya es tiempo de salir al exterior, de respirar auténtico aire, de vivir en un paisaje sin límites...” Pero ¿qué encontrarían en el exterior?
Boria no tenía respuestas y sospechaba que Dima Karell tampoco. Sólo eran frases vacías, lanzadas para conseguir unos votos que le acercaran cada vez más al poder, pero una vez instalado en el más alto cargo, ¿recordaría el compromiso contraído con sus electores? Quería creer que sí y se culpaba a sí mismo de ser demasiado suspicaz, pero algo en su interior se obstinaba en no confiar sin reservas. Había pasado para él el tiempo de creer en las promesas de los dirigentes del Refugio, no quería entregar sus sueños a los que prometían lo que no podían cumplir. El futuro era el exterior, pero sólo si cada persona estaba confiada en que sería así, la servidumbre de grupo no era la solución. En su furiosa e impotente ira llegó a pensar en una posible alianza entre las dos tendencias existentes en esos momentos, con el propósito de que todos se sintieran amparados y tuvieran un ideal al que aspirar. Y mientras, el volver a la superficie se perdía en el infinito por el miedo al fracaso.
Boria apretó los puños con rabia de forma inconsciente, no podía soportar sentirse engañado, utilizado sin escrúpulos por un grupo de hombres y mujeres que no tenían deseos de cambio, sólo un fuerte sentido de permanencia.
Las luces ambientales disminuyeron lentamente, empezaban las horas de descanso, la noche. Boria sonrió con amarga ironía, se encontraba ante su apartamento, una sala de estar y un dormitorio, minúsculos, lo imprescindible para un mínimo de intimidad en un lugar concebido para vivir en comunidad. Respiró profundamente, relajó la rigidez de su rostro y deslizó la puerta corredera. La salita estaba vacía, se dirigió al dormitorio y se detuvo en el umbral, echada sobre la cama estaba Inga, su mujer, aún vestida, con el pelo cubriéndole una parte del rostro, murmuraba palabras inconexas y se debatía en medio de una pesadilla. Boria la contempló unos instantes con honda tristeza, después dio media vuelta y se sentó en el sofá, cerró los ojos lanzando un suspiro lleno de impotencia. Nada podía hacer por ella hasta que el ciclo de la droga hubiera concluido.
“Sus ojos miraban hipnotizados el mar, embravecido por la gran tempestad, las olas rompían con furia en las escarpadas y negras rocas del acantilado, la espuma saltaba por el aire, pero a ella no la tocaba, tampoco le llegaba el ruido, tenía sus ojos clavados en el fondo del precipicio, un gran cristal la protegía y aislaba del vendaval, pero la enorme altura le producía vértigo, el mar la atraía, impulsándole a lanzarse al vacío, sintió un nudo en el estómago y alzó los ojos al cielo, el radiante azul la sorprendió y cerró los párpados protegiéndose de aquella luminosidad. ¿Qué era aquel lugar? ¿De dónde nacía aquella luz? Muy despacio abrió los ojos y un angustioso grito creció en su garganta, la protección del cristal había desaparecido, su cuerpo al fin cedía a la atracción del vacío, y cayó hacia las profundidades de aquel furioso mar.
Y entonces su miedo desapareció de repente, todos sus sentidos se anularon, descansando en una oscuridad de suave terciopelo que protegía su vulnerabilidad de todo mal”.
Despertó con la boca seca y una gran amargura en el alma, el vacío del vértigo aún estaba en su interior y la forzaba a llorar, pero resistió la fácil rendición y se incorporó, el pelo cayó sobre su rostro y sus manos lo echaron hacia atrás en un gesto que tuvo mucho de desesperación.
Una vez más se había abandonado a la fácil huida, su voluntad era tan frágil como un suspiro. Tragó aire con decisión, desechó los pensamientos de condena que la perseguían en cada despertar y se puso en pie, lentamente salió de la habitación y se quedó en el umbral de la puerta al ver a Boria sentado frente a ella, esperándola.
-Has vuelto... –murmuró por decir algo.
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